LA MUJER DEL METRO DE NYC || #WOMENPOWER
- Andrea Rodríguez
- 8 mar 2017
- 10 Min. de lectura
Viernes 06 de julio de 2012
Nueva York, Estados Unidos.
Transcurría un día más de verano en la gran manzana, un día en el que sin duda se sentía el verano: la temperatura excedía los 34ºC, es decir que Nueva York era un infierno y yo no estaba preparada para enfrentarlo.
Sin embargo, ese día en horas de la tarde el "Rubin Museum of Art" tenía entrada gratuita y por ende era el día indicado para ir a visitarlo. Salí de mi casa sobre las cuatro de la tarde, caminé como de costumbre hasta la estación del metro de la calle 86. Al llegar a la estación sentí que me moría del calor, que me faltaba el aire. Miré a mi alrededor y todas las personas se veían igual a mí... ¡Ese día sí que estaba caliente!
Me ubique detrás del grupo de personas que también esperaban por el metro 6 de la línea verde que iba con dirección al Brooklyn Bridge. El metro llegó, se bajaron unos cuantos pasajeros, ingresamos al vagón. Cuando crucé la puerta empecé a hacer mi movimiento ocular desesperado (típico de todo ciudadano de una gran urbe) y observé que al fondo a la izquierda había un leve resplandor azul: un puesto vacío.
Me quede mirando el puesto libre mientras me acercaba temerosa hacia él.
-¿Qué tiene este puesto?¿Estará sucio?¿Por qué nadie se ha sentado?
Cuando estaba justo frente al asiento no vi nada. El asiento estaba completamente limpio y no había nada que me impidiera ocuparlo. Así que decidí sentarme mientras me preguntaba porqué nadie se ha querido sentar en este puesto. Levanté la cabeza lentamente mientras me incorporaba en una buena postura cuando frente a mis ojos encontré la respuesta a mi pregunta... -¡Claro!¡Es por eso que nadie se ha querido sentar aquí!
A mi no me incomodaba lo que estaba ante mis ojos, por el contrario, me generaba mucha curiosidad saber porqué a los demás sí. No había nada extraño, no era un escena atemorizante, intimidante y mucho menos peligrosa. No había nada a qué temerle. Sin embargo esa escena estaba generando una tensión evidente en el vagón. Se escuchaban murmullos, se escuchaban risas.
Justo frente a mí, en los asientos paralelos a los míos, estaba sentada una mujer. Ella se veía muy tranquila, muy relajada, aparentaba unos cincuenta años de edad. Su sombrero se mezclaba con el rubio de su cabello, sus ojos eran azules, ¡muy azules!. Llevaba unas botas de vaquero, unos jeans negros y su torso completamente desnudo. ¡Sí! Sus senos al aire era lo que perturbaba a las personas del vagón, esa era la razón por la cual el asiento estaba vacío. Nadie quería sentarse frente a ella.
Cuando me senté y observé la situación me sentí un poco desubicada. No lograba entender como en pleno siglo XXI, en una ciudad tan diversa y cosmopolita como Nueva York, un par de tetas en el metro estaban causando tanto drama e indignación. Miré a la señora. Ella estaba tranquila, mirando al infinito. Miré a mi derecha. La mujer que estaba de pie a mi lado estaba girada mirando hacia un costado del vagón. Se le notaba incomoda. Miré a mi izquierda. El hombre que estaba sentado a mi costado no paraba de hacer comentarios con su amigo sobre la señora de enfrente. Volví a mirarla a ella. Seguía mirando al infinito.
En ese momento mi cabeza empezó a dar mil vueltas. Se me vinieron a la mente tantos pensamientos a la vez que me quedé pérdida en ellos. El vagón estaba ardiendo en calor pese a tener el aire acondicionado a full. Mis manos, mi espalda, mis piernas estaban sudorosas. Los murmullos y risas de los hombres sentados a mi lado se mezclaban con mis pensamientos. Sus voces me generaban ansiedad. Sus comentarios me generaban rabia. Las risas empezaron a hacerse más constantes y los comentarios más grotescos. Me sentí abrumada y volteé a verlos (y no con mi mejor cara). Cuando me giré no podía creer lo que estaba viendo: El hombre sentado a mi costado estaba grabando con su teléfono a la mujer y lo peor de todo, estaba haciendo zoom a sus senos. ¡Era indignante!
La rabia se apodero de mi ser. Intenté respirar profundo, quería decirle algo, quería detenerlo, pero la situación me desconcertó tanto que no sabia qué hacer. Sentía asco. La volví a mirar a ella. Seguía tranquila. En esos momentos, al verla a ella tan tranquila, me calme y me quedé mirándola fijamente. Sus ojos eran muy azules casi cristalinos. Me recordaron a los ojos de mi abuela. Ella tenía algo mágico en su mirada. Luego noté algo en su rostro que parecía salirse de lo común:
-¿Que tiene sobre...?¿Será que eso sí es...?¿O no? No sí, ¡eso es un bigote! Pero como así, ¿tiene bigote?
Y sí, efectivamente esta mujer tenía bigote. Pero no era ese bigote o bozo que a más de una mujer nos crece y por tanto decidimos depilarlo con cera hirviendo. No, ¡esta mujer tenía tatuado un bigote al estilo italiano! Yo estaba completamente anonadada y cuando caí en cuenta de que esta mujer tenía en su rostro tatuado un bigote mi cabeza hizo ¡BOOM!
-¡ESTA MUJER ES INCREÍBLE!
Mientras yo seguía en mi asombro, preguntándome quién era esta mujer, el metro frenó. Habíamos llegado a otra estación. Los hombres sentados a mi costado izquierdo se levantaron y salieron del vagón. Me quedé viéndolos por la ventana que estaba detrás de la mujer. Uno de ellos se volteó, se acercó a esa ventana y empezó a pegarle al vidrio mientras señalaba a la señora y de paso le gritaba un sin fin de insultos. Yo quedé en shock -¿Que carajos le pasa a este man?-. Ella no se volteó, casi que ni se inmutó, seguía tranquila mirando al infinito. Las puertas se cerraron. Habían ingresado muchas personas al vagón. Un señor se puso de pie frente a mi. El aire ya no me llegaba de igual manera. Hacia calor.
Nuevamente me quede mirando a esta mujer. Sus ojos eran muy claros, su bigote me generaba muchas preguntas, sus senos descubiertos me hacían sentir estúpida. Sí, ella se veía tan cómoda y tan fresca mientras yo estaba derritiéndome por completo. Mi brasier me apretaba, y entre más la veía a ella más me incomodaba. De verdad que me sentía estúpida. Ese viernes había sido declarado el día más caliente de todo el verano a la fecha y yo había decidido usar un brasier con varillas que me apretaban como un diablo (además de llevar encima una camiseta negra...¡pa´rematar!).
Esta mujer, que podía ser una loca más de la ciudad de Nueva York, era en esos momentos la mujer más inteligente de todo el metro. Hacia calor... ¡mucho calor!, así que porqué no mejor quitarse la camisa y refrescarse un poco, ¿no?. Para mi era obvio, ella tenía calor (como todos en esa ciudad) y había decidido refrescarse. Sin embargo yo jamás hubiese pensado en la idea de salir sin brasier de mi casa. Era un día infernal, pero ...cómo iba yo a salir a la calle, cómo iba a ir a un museo, SIN brasier, ¡imposible!. La Andrea de 18 años jamás había salido de su cuarto sin brasier. Así que pensar en poner un pie por fuera de la casa sin uno era algo que no se me pasaba por la cabeza.
En ese punto de mi vida era una mujer MUY pudorosa. Para ese entonces el siquiera pensar en un sujetador que pudiese dejar en evidencia mis pezones me hacia sentir incómoda. El sostén era esencial para mí incluso al estar sola en casa.
Yo veía a esta mujer y me era inevitable preguntarme por qué yo usaba esa cosa llena de varillas si era lo más incómodo del mundo, por qué me estaba oprimiendo a mi misma, por qué tenía tanta pena, tanto miedo si tener pezones es NATURAL. Me sentía diminuta, me sentía una mujer débil. Ver a esta mujer tan empoderada, tan segura de sí misma, tan tranquila, me hacia querer ser ella. ¡YO NO ERA ASÍ! Por el contrario, yo era una niñita que se sentía avergonzada de su cuerpo, de ser mujer, de tener tetas. Era una niña que jamás hablaba de sexo con sus amigas porque qué vergüenza. Una niña que escondía sus tampones y toallas higiénicas porque qué pena que las personas se enteren que tengo la regla. Yo no me amaba, ni amaba la idea de ser mujer. Y de todo eso fui consciente al verla a ella.
Las estaciones seguían pasando y nos estábamos acercando a la estación en la cual debía bajarme. Durante todo el recorrido me hice cientos de cuestionamientos. Me cuestioné, me juzgué, me sentí decepcionada pero también me sentí inspirada. Me pregunté si ese bigote era una expresión de libertad, un grito de igualdad. Esa mujer me estaba haciendo ver el mundo, MI MUNDO, completamente diferente. Ella se había convertido en una gran fuente de inspiración para mi como mujer y por eso no quería dejar pasar ese momento.
A mi alrededor muchas personas seguían comentando y riéndose de ella, le tomaban fotos con su celular, hacían comentarios de doble sentido en voz alta. Yo quería tomarle una foto, quería recordarla, pero no quería ser grosera, no quería hacerlo sin preguntárselo. A ella no le incomodaban esas fotos sin permiso y esos comentarios fuera de lugar. Ella era consciente de las burlas y aún así seguía tranquila. Pero yo no quería ser una de esas personas voyeristas, no quería ser una de esas personas que se cree valiente y con derechos extra sobre los demás.
La voz del metro empezó a hablar. Nos estábamos aproximando a mi estación, me quedaban pocos segundos con ella. Yo tenía mi cámara en la mochila así que me armé de valor y le hablé:
-¡Hola! Disculpa, ¿te molesta si te saco una foto?
Ella no me habló pero sí me hizo entender con su expresión que no le molestaba y que podía sacarle una foto. Yo, con lo nerviosa que soy, empecé a temblar mientras sacaba mi cámara. No pensé en cómo sería la foto, solo mire por el visor de mi cámara. Cuando observé a través del visor noté que ella se había movido, me estaba mirando y le estaba sonriendo a la cámara. Yo sonreí y le saqué una foto.
Habíamos llegado a mi estación, era momento de irme. Agarre mis cosas, me levanté y me dispuse a salir. En ese momento otro impulso de valor se apoderó de mi ser, me acerqué a ella y le hablé:
- ¡Gracias! Eres una mujer increíble y espero algún día ser una mujer como tú.
Ella me miró fijamente, me sonrió, agarró mi mano y me dijo con una voz muy dulce: -Gracias linda, ¡Gracias!
Salí del vagón con una sonrisa gigante en mi rostro. En mi cabeza empezó a sonar de fondo la canción de la película de Rocky. Las escaleras de la estación se convirtieron en mi camino de la victoria. Me sentí poderosa, me sentí valiente, me sentí mujer. Empecé a caminar por las calles del barrio Chelsea, que mejor escenario de empoderamiento que el barrio gay de NYC. Todo era perfecto. Mientras caminaba recordé que había sacado una foto. Saqué mi cámara y miré las fotos. Había sacado una foto y...¡ESTABA DESENFOCADA!. Típico de Andrea.
En ese instante me entristecí. Esa pudo haber sido la mejor foto de todo mi verano. Aún así me quede viendo la foto por unos segundos y entendí que esa foto no debía ser mi mejor foto, que esa foto no debía estar en mi portafolio. Esa foto era un recuerdo, esa foto era un momento. La historia y el significado de esa mujer iba más allá de un par de tetas bien enfocadas. Desde ese día quise escribir sobre ella.
Cuando salí del museo me encontré con mis papás. Les conté al detalle lo que me había pasado en el metro. Les mostré su foto. La mujer del metro se volvió en una especie de mito para mí y para mis papás. En ocasiones hablábamos de ella. Todos sabíamos que ella podría no ser nada de lo que yo había construido en mi cabeza. Podría no ser una mujer empoderada, una revolucionaria feminista. Ella podía ser simplemente un loquita más de la gran ciudad, una de esas personas que siempre andan desnudas en la calle para sacarse fotos con los turistas. Su bigote podría ser falso, pintado con marcador. Ella era un mito.
Sin embargo preguntarme todas esas cosas no me hacia cambiar lo que ese momento había generado en mí. Ese día marcó un antes y un después en mi vida.
Pasaron las semanas, eran los últimos días de mi verano en la capital del mundo. Mis papás y yo estábamos dentro de un vagón de la línea roja del metro. Como siempre habían decenas de personas. El metro frenó, las puertas se abrieron. Entró la multitud. Me quedé observando a la gente que subía al vagón cuando de repente la vi a ella ¡LA MUJER DEL METRO!
-¡Mamá,mamá, allá esta ella, mamá!
-¿Quién hija, de quién hablas?
-¡Mamá, ella!¡LA MUJER DEL METRO!
En ese momento mis papas se empinaron y empezaron a buscarla mientras yo les decía -la del sombrero, allá, la del sombrero-. Ella se había ubicado al otro lado del vagón y cada vez se alejaba más de nosotros, al punto de pederla de vista por completo, Sin embargo mis papas la lograron ver. EL MITO ERA REAL, ELLA ERA REAL.
Ella llevaba puesto su sombrero, su bigote y SU CAMISA. Sí, ese día ella tenía puesta una camisa negra. En ese momento el universo me hablaba, el universo me estaba demostrando que esa mujer que yo había descifrado en mi cabeza sí era una mujer increíble. Es decir, qué probabilidad hay de encontrarse con una persona en el metro de Nueva York, en momentos distintos, en rutas y horas diferentes. Volverla a ver, que mis papas la vieran, era algo de no creer.
Para mi, la mujer del metro ha sido una inspiración desde ese día. Gracias a ella me vi desde otra perspectiva. Me proyecté a futuro como mujer. Me planteé cómo quería y cómo no quería ser, qué mensaje quería transmitir. Esta mujer se volvió para mi un símbolo de libertad, de amor propio, de seguridad, de sabiduría. Han pasado casi cinco años desde que la conocí y desde entonces he querido escribir sobre ella. Mis familiares y amigos cercanos conocen esta historia y saben lo mucho que ha influenciado en mi vida. Hoy por hoy soy una mujer mucho más segura de mí misma, soy más empática con las mujeres que me rodean, me siento feliz de ser mujer, de tener tetas y de tener pezones que se hacen notar cuando hace frío. Hoy soy una mujer que ha perdido el miedo a viajar sola, a salir a la calle, a usar o no usar brasier.
Hoy, en el día internacional de la mujer, quise regalarme a mi misma algo que siempre había querido. Hoy quería regalarme el tiempo de revivir, de recordar, de ver mi crecimiento como persona y como mujer. Hoy quería hacer realidad el sueño de escribir sobre ella, la mujer del metro.
Con esta historia les comparto una parte de mi ser. Les comparto un poco de mi manera de ver y entender el mundo como ser humano y como mujer. Espero que si alguna mujer lee esto pueda proyectarse un poco, se genere preguntas, se cuestione a sí misma y a su entorno. Sin duda por mujeres como esta nosotras hoy tenemos unas libertades y derechos establecidos. Yo por mi parte creo que es nuestro deber con las futuras generaciones hacer lo mismo. Así que nada, espero les guste <3
ELLA ES: LA MUJER DEL METRO DE NYC

¡Gracias!
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